Combatiendo al capital
“De
un lado, me han dicho que soy nazi, de otro lado, han sostenido que soy
comunista; todo lo que me da la certidumbre verdadera de que estoy colocado en
el perfecto equilibrio que busco en la acción que desarrollo en la Secretaría
de Trabajo y Previsión. [...] Yo no creo que la solución de los problemas
sociales esté en seguir la lucha entre el capital y el trabajo. Ya hace más de
sesenta años, cuando las teorías del sindicalismo socialista comenzaron a
producir sus frutos en esa lucha, opiniones extraordinariamente autorizadas,
como la de Mazzini y la de León XIII, proclamaron nuevas doctrinas, con las
cuales debía desaparecer esa lucha inútil. […] Procedemos a poner de acuerdo al capital y al trabajo, tutelados ambos
por la acción directiva del Estado […]
Yo llamo a la reflexión a los señores para que piensen en manos de quién
estaban las masas obreras y cual podía ser el porvenir de esas masas, que en un
crecido porcentaje estaban en manos de los comunistas. […] Un objetivo inmediato del gobierno ha de
ser asegurar la tranquilidad social del país, evitando por todos los medios un
posible cataclismo de esta naturaleza [la revolución], ya que si se produjera de nada valdrían las riquezas acumuladas, los
bienes poseídos, ni los campos, ni los ganados"
Juan Domingo Perón,
Bolsa de Comercio de Buenos Aires,
25 de agosto de 1945
El Toro se comía los kilómetros de asfalto
y piedra manteniendo siempre la elegancia. Los paredones blancos de la curva de
Elcano y el Cementerio Alemán, el Parque Los Andes, el viaducto de la cancha de
Atlanta, los tallercitos todavía con la persiana baja de los viejos arrabales
del Maldonado, el Parque del Centenario y las calles encajonadas y grises de
Almagro y Balvanera iban pasando por la ventanilla baja como en una película,
hasta que alcanzamos Plaza Congreso y lo dejamos tirado en alguna de las
cuadras con parquímetro de Moreno o Alsina.
El cielo todavía sostenía el azul petróleo
cerrado de la noche, con una hermosa panza henchida de blanco dando todavía
mejor luz que las jirafas de la municipalidad. Los muchachos de limpieza le
estaban pasando esos cepillos gigantes para encerar a los pisos de la galería y
aprovechamos un par de pausas rutinarias que hicieron, seguramente para calentar
la pava y comerse unos bizcochitos, y subimos las escaleras como sigilosas
ratas cuando las sorprende la luz.
La oficina estaba igual de vacía que la
tarde anterior como si nadie hubiese pasado aparte de nosotros. Nos mandamos de
una al estrecho cuartito de limpieza, a revisar los objetos antiguos que allí
estaban. Ahora que le dábamos importancia, el cuartito del depósito se nos
mostraba en todo su misterio, con la forma de un octógono perfecto y extraño.
-Nada que indique la fecha de fabricación
o de uso. –aseguré, proponiendo una agudeza deductiva a tener en cuenta.
-Claro, no iban a dejarnos un manual de
mantenimiento de la máquina tampoco, Sherlock.
-Un amigo vos, como siempre.
-Cortenlá que aburren. ¿Cómo hacemos?
¿Agarramos uno cualquiera? ¿Lo ponemos en algún orificio? ¿Habrá una
cerradura?- preguntaba retóricamente Victoria mientras recorría el cuartucho
con la mirada.
-Tendríamos que tener un método- propuse.
-Vos sos el relicario de la banda. ¿No le
sacás la fecha a los cosos?
-Qué se yo, a ver… esa pluma estilográfica
podría ser de los 30 o los 40… eso de allá parece un carné sindical… o del PJ,
si lo abrimos nos dice la fecha seguro…
-Si lo tocamos y nos lleva a la sede
central de la UOM en 1978 mepa que no volvemos…- tiró Santos con una mueca en
la cara, aguantándose el nuevo descanso sólo porque Victoria parecía estar
francamente harta.
-¡¡Mirá vos!! ¡¡Esa navaja la saco!!
¡¡Tengo una idéntica en casa, la compré una tarde en el Mercado de San Telmo!!
-Ah bueno, menos mal que el payaso
anticuario era yo…
-No, en serio, es de la década del 10 casi
seguro, la usaban los marineros de cabotaje cuando todavía se usaban sogas y
cuerdas para los aparejos y las velas, el punzón ese se usaba para armar y
desarmar los nudos…
-¿Punzón para los nudos?
-Sí, boludazo, se agarraba el nudo y
pasabas el punzón así…
Y de repente, el universo no sé si se
paralizó por completo o pasaron tres millones de cosas en fracciones de
segundo. Recuerdo en cámara lenta a los tres, encerrados en el cuartucho de
limpieza, casi cuerpo contra cuerpo frente a los bártulos del desvancito, el
boludo de Santos que con un gesto automático agarra la navaja para hacer una
demostración práctica de la anécdota, yo que me avivo de lo que está por hacer
y llego a agarrarle el brazo justo cuando levantaba la navaja de una repisa y…
Un fogonazo de luz, o de luces, nos dejó
casi ciegos, sólo se veía un color blanco que aturdía, como estar tirados boca
abajo en un enorme salar altoperuano, la sensación de caerse al vacío, como
cuando el ascensor baja de golpe o si nos hubiesen quitado el mantel debajo de
los pies en un pase de magia, caímos por un túnel de aire lisérgico, con
ráfagas de luces permanentes en todas direcciones e intensidades, un tobogán de
feria en el que no apoyábamos el culo. Sólo caíamos.
Otro fogonazo y de culo y espalda contra
el suelo frío, pero de otra habitación. Otra vez, toda blanca, como de hospital,
pero con más muebles, un par de sillas, un escritorio grande de madera pesada y
un gran placard haciendo juego. Antes que los colores y las texturas, el olor
de la habitación nos hizo pensar que estábamos en un museo.
-¿Qué pasó? ¿Te recibiste de pelotudo y
querías un premio especial? ¿Para qué carajo tocás la navaja, mamerto?
-Fue inconsciente, tarado. ¿Y Vicky?
Lo iba a seguir cagando a puteadas pero la
ausencia de Victoria me descolocó.
-Ahora sabemos cómo funciona, con el
simple contacto con la pieza. Vos me tocaste y Victoria no…
-Pero… ¿cómo??
Era la pregunta del millón aunque todavía
no teníamos los elementos para procesarla. Mientras quedaba flotando en el
vacío de la habitación, nos pusimos a revolver el escritorio y el placard como
si las manos fueran ahora más importantes que las sesudas elucubraciones.
-Uniformes de rati, de museo.
-No, Santos, uniformes de rati de la
década del 10, mirá el quepí, como los franceses o alemanes de las fotos… es
una oficina de milicos del 1910…
Traté de encontrar algún almanaque o
cualquier papelito que nos diera la pauta de en qué momento de la historia nos
encontrábamos, pero fue inútil.
-No dejan nada escrito, son prolijos.
–dedujo Santos y le puso palabras a mi frustración.
-No va a quedar otra que disfrazarnos de
ratis y ganar la calle. En cualquier kiosco de diarios nos vamos a avivar de
dónde estamos.
-Pero pará, ¿vamos a salir? ¿No es una
locura? No sabemos nada del viaje en el tiempo, ¿y si tocamos algo y cambia el
futuro? Y si nos encontramos con nosotros mismos y…
-Pará un poco, enroscado de mierda, ¿o te
creés que estás en una película yanqui? ¿Qué querés hacer, quedarte acá toda la
vida? Sigo con la navaja en la mano pero no veo que volvamos a ningún sitio…
tenemos que descubrir dónde estamos y ver la forma de volver al presente.
-Nuestro presente es éste, Santos…
-Con más razón, vivámoslo. Tomá, ponete
estos que son más petisos, y a ésta tratala con cariño…- otra vez esa mueca
socarrona mientras me acercaba la culata de una Máuser 1896 y la cartuchera de
cuero duro.
-No tengo idea cómo se maneja esto,
Santos.
-Fácil, apuntás y apretás el gatillo. Lo
demás sale solo, o no sale. No te preocupés –decía mientras nos íbamos
cambiando la ropa- como somos ratis nadie se nos va a acercar a romper las
bolas, pasamos desapercibidos y no vas a tener que saber usarla.
-¿Y? ¿Cómo me veo? ¿Tengo pinta de
autoridad?
-Tenés pinta del comisario de Hijitus,
pedazo de boludo, dale, dejá de boludear y apuremos el trámite.
Salimos cautelosamente de la oficina para
dar a un pasillo de zaguán, era un edificio largo pero aparentemente sólo de
planta baja, con dos puertas más hacia el fondo de la manzana y la puerta de
salida al otro lado. No había nadie y las llaves que colgaban de los cinturones
habrían fácilmente la puerta cancel.
El sol brillaba en el techo del cielo como
nunca en la vida, sólo entrecortado por los árboles cuidadosamente colocados,
pero el cielo era mucho más del que uno podía ver en nuestra Buenos Aires,
centenares de enormes edificios todavía no se habían construido y se notaba la
bocanada de oxígeno generosa entrando por las fosas nasales.
-¡Qué linda era esta ciudad antes, la puta
madre!
-Leo, dejá de mirar los pajaritos y
concéntrate, ¿dónde viste un rati contemplando lo maravilloso del día? Seguime
la corriente que me fijo en el kiosco de diarios la fecha de hoy.
-No va a hacer falta hermano.
Lo paré con un tono seco pero lo que lo
hizo darse la vuelta en sus talones fue la cara de muerto que me había quedado
grabada. Habíamos salido unos metros en el sitio donde estaba el Barolo pero en
vez del enorme monumento había un pozo de varias hectáreas, poblado de andamios
y albañiles encarando el laburo de los cimientos.
-Estamos en 1919- sentencié con toda la
seriedad que el nudo en el estómago me permitió exhalar- están empezando los
trabajos para el Palacio Barolo.
No terminaba de decirlo y un estallido
seco rompió la notoria falta de polución sonora de la Avenida de Mayo.
Agachados por instinto miramos hacia el Congreso, de donde había venido el
impactante trueno, una nube de humo densa, de un blanco lleno de grises nos
dejaba ver sólo la punta de la cúpula, inundando todo el espacio abierto desde
Plaza Lorea. Detrás del trueno ensordecedor siguieron traqueteos típicos de
ametralladora y algunos estampidos menos regulares en intensidad y sonido, que
se intuían dentro de la nube.
-Hay un tiroteo- y mientras lo decía,
Santos se había compuesto por entero. Si alguna vez lo había sido, ya no
quedaba nada del turista asombrado visitando un lugar emocionante y nuevo. Era
el experto soldado en combate que había conocido luchando contra federales y prefectos
en tantas luchas. Todo el cuerpo en tensión felina, de movimientos flexibles
pero firmes, decidido, sin un gramo de vacilación en los músculos y la retina.
-Seguime- ordenó sin más vueltas y
encaramos para el lado de Lorea a contramano de una marea de tipos de sombrero,
saco y chaleco que rajaban para el otro lado, para la 9 de Julio. Nos
parapetamos detrás del kiosco de revistas donde íbamos a mirar la fecha y con
los pañuelos que encontramos en los uniformes haciendo de barbijos fuimos
ganando posiciones cada vez más cerca de la Plaza, hasta que quedamos dentro de
la nube de pólvora y empezamos a adaptar la vista.
-Cagamos, Santos, estamos en Enero del
’19, esa tanqueta antiaérea de allá, la que apunta a la Plaza, es de la
división de infantería del Ejército de Campo de Mayo, al mando del General
radical Dellepiane, el encargado de la represión de la huelga general.
-¿El de la autopista?
-Sí, claro que faltan sesenta años para
que hagan la autopista, salame. Se vé que los objetos te transportan a momentos
determinados de la lucha de clases de la ciudad. Es una máquina del tiempo para
intervenir en coyunturas puntuales.
-Es lo único que saben hacer, máquina del
tiempo o no, sólo saben reprimirnos.
-¿Qué carajo hacemos, boludo? Este lugar
no es seguro, la represión en Congreso fue durísima, acá no quedó ninguna
posición obrera en pié. Tenemos que replegarnos a La Boca o Barracas, donde la
resistencia duró más…
-Eso porque te sentís obrero, Leo, pero
tenés uniforme de cobani, ¿te olvidás? Somos nosotros, papu, vamos a darles una
sorpresita… “Fuego Amigo” se llama la obra…
-¿Estás del tomate? ¿Qué sorpresita ni qué
ocho cuartos, rajemos a la oficina esa y pensemos cómo mierda hacemos para
volver con Victoria…
-Ah… “volver con Victoria”… ¿en lo único
que pensás es en coger todo el tiempo? ¿No te das cuenta que estamos en una
actividad seria?
-Qué actividad, tarado, esto no es la toma
del Ministerio de Educación con Ademys, sarpado, ¡¡es la re putísisima Semana
Trágica!!
-Con más razón. Desde que te conozco te la
pasás llorando porque naciste en la época equivocada… acá tenés, estás en el
ojo del huracán, ¿qué vas a hacer?
Otra ráfaga de ametralladora nos sacó del
interesante coloquio y nos guarecimos detrás de las flamantes rejas
ornamentadas de la Estación Sáenz Peña del subte. Pudimos ver con claridad
dónde se había parapetado la batería del Ejército. Se los veía relajados,
respetando la disciplina de órdenes y movimientos pero seguros de sí mismos.
-Claro, cómo no van a andar tranquilos si
están tirando con munición antiaérea a laburantes que como mucho andarán
calzados con revólveres de seis tiros, manga de hijos de puta.- decía mi amigo
entre dientes, masticando odio de clase intentando deducir el resultado de la
batalla a partir de los movimientos de los jugadores.
-Estamos en tierra de nadie. Detrás del
ombú gigante y la estatua hay un grupito de anarcos que deben estar cubriendo
la retirada por las calles internas.
-Pensar que en esa placita cada tanto la
traigo a Leyla cuando hago tiempo antes de las marchas…
-Vamos a atacar el obús y la ametralladora
así permitimos que los anarcos se puedan mover del árbol. Nos acercamos con las
máuser apuntando al árbol como si fuésemos a reforzarlos y cuando menos lo
piensen los bajamos a todos, ¿cómo la ves?
-Como el orto, dejando de lado que no
deberíamos interrumpir el orden natural del destino y toda la bola tipo Volver al Futuro… ponete a pensar un
poco lo que estás diciendo, ¿cómo vamos a encarar una batería antiaérea con dos
revólveres y un boludo que nunca tiró una piedra?
-Siempre hay una primera vez para todo
–dijo con la mueca hecha franca sonrisa y carta de invitación al juego más
maravilloso de todos, el de la lucha contra la injusticia.
“Cuando los generales son buenos no hacen
falta formalismos”, pensé para mí y cagado hasta las patas lo seguí por la
vereda, de puerta en puerta, agazapado y apuntándole a los anarcos pero con el
rabillo del ojo clavado en los milicos. Hicimos un alto a la altura de la
bocacalle de Rivadavia y Paraná y Santos me paró con el brazo izquierdo.
-Es él, es el servicio de Kobane.
-¿El del 20 de diciembre? ¿El de ayer? ¡Sí
boludo, es el mismo tipo! Con un traje como el nuestro.
-Al fin se da vuelta la taba –y la mueca
ya era sólo sonrisa- el cazador cazado.
-¿Qué hacemos?
-Matamos dos pájaros de un tiro, éste
forro no me persigue más y liberamos el paso para los anarcos.
-Bancá que hay un pájaro mucho más gordo
al lado del servicio… no puede ser… pero… es ÉL.
-¿De qué hablás, te chifló el sorete?
-Es él, boludo, el Teniente Juan Domingo
Perón… el de la gorra puntuda que está al lado del servicio, míralo, ¡es Perón
jovencito!
-¡Me estás jodiendo! ¡Tenés razón! Pero no
estamos en el ´45.
-Lo que tenés de valiente lo llevás de
ignorante la remilputísima madre que te parió… en la represión del ´19 Perón
hizo su “bautismo de fuego”… ¡pero claro! ¡Qué boludo que soy!! ¡Es la famosa
foto de Perón en la Semana Trágica de Plaza Lorea… el cagazo me hizo olvidarme
de todo!! Esta imagen la ví mil veces, pero tomada de frente a ellos, desde el
Congreso… ¡qué boludo!!
-Tenés razón, es Perón… Bueno Leo,
prepárate que hoy vamos a cambiar la historia de la lucha de clases en este
país.
Y sin mediar palabras se puso firme y con
cara de milico encaró para el lado del cañón de artillería. Estaba en su salsa,
el paso firme, la barba dándole aire marcial, la mano derecha empuñando el
máuser y la izquierda abierta en señal de paz y amistad. Yo lo seguía de atrás
un poco menos épico, con la pistola agarrada con las dos manos como mi hija
cuando empezaba a llevar la taza de plástico de la leche de un lugar a otro de
la cocina, como si se me fuera a caer y armar flor de quilombo. Le apuntaba a
los anarcos para mantener la actuación pero se vé que se habían quedado sin
balas porque sólo asomaban la cabeza cada tanto sin tirar, esperando el momento
justo para cruzar la calle a todo raje y ganar un rato más de respiración.
¿Habrá entendido algo de lo que pasó ese
día el joven teniente recién salido de la Academia de Cadetes? Como un
plateísta de lujo, detrás de la espalda de Santos podía ver su risa gardeliana
saludando a los policías que venían a informar del perímetro despejado y el
rápido movimiento de Santos llevando la palma abierta de la mano izquierda,
veloz como flecha, debajo del puño cerrado en la pistola que pasó de la
posición de firme a señalar al Joven Teniente avisándole su próxima muerte,
implacable. La cara gardeliana se puso pálida y antes de que saliera de su
asombro –o de su cagazo- el servicio que nos venía siguiendo se tiró delante y
atajó con el torso los balazos que escupía, furioso, el brazo de Santos
Capobianco.
Sin darles tiempo de reaccionar salimos
corriendo mientras los estampidos del máuser vibraban todavía en las ventanas
de los edificios. Corrimos como relámpagos hasta ganar la escalera del Subte y
nos metimos por los túneles para el lado del Barolo. Nos topamos con los
anarcos del ombú, que aprovecharon la confusión para rajar igual que nosotros.
Menos mal que eran ellos, que vieron toda la secuencia y se rescataron que los
uniformes eran chamuyo. Nos ofrecieron sus camisas, sacos y sombreros para
camuflarnos de nuevo y en cocoliche tano, polaco y árabe nos iban tirando miles
de cosas que no entendíamos, aunque por las caras y las palmadas toscas en
hombros y espaldas supimos que nos agradecían por salvarles la vida.
Encaré al único que masticaba algo de
castellano, un gallego de acento cerrado, como si tuviese la boca llena de
papas, para ver si sabía cómo mierda nos podíamos ir de allí hasta la vereda.
-Síganme, camaradas. –dijo secamente y nos
guiaron por los túneles hasta una puerta angosta, de madera, que salía de la
pared del túnel, a mitad de camino entre las estaciones.
-Usté siga po´lo pasillo e´vai chegar a la
Estación.
Agradecimos con la rapidez que exigía la
situación y nos mandamos por los túneles que seguramente usaban los obreros del
subterráneo. Había varias ramificaciones internas pero la cantidad de luz que
llegaba del lado de la estación nos guió hasta la calle. El lugar estaba vacío
por obvias razones y nos pudimos colar de nuevo –llenos de excitación- en el
zaguán del que salimos.
Una vez en la habitación nos pusimos
nuestras ropas más rápido de lo que comentábamos lo que había pasado.
-Esta la tengo que contar a los pibes del
fulbito… casi liquido a Perón- gritaba Santos entre carcajadas.
-Para eso vamos a tener que volver, héroe
invisible de la historia, ¿cómo hacemos?
-Lo tengo todo pensado –dijo mientras me
agarraba del brazo y con la otra mano pelaba el celu.
-¿Vas a mandar un guasáp, gil de estopa?
-Bueno, veo que sos ingenioso para
mimetizarte con las puteadas de época. No nene, lo voy a usar para volver, ¿o
no te transportaba un objeto al tiempo en que había sido usado por primera vez?
-Pero ¿y si nos manda al mes que te lo
compraste?
-Mirá bien…
-Epa, ¿le arreglaste la pantalla?
-No chiquilín de bachín, me lo compré hoy
en Once para no usar el mío, boludito. Vos tranquilo- no terminó de decirlo y
prendió el celu, cuando la habitación entró a girar como loca y el estallido de
luces nos volvió a mover el piso… literalmente.
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