Impresiones sobre El
Fantasma que Recorre el Mundo, del grupo de teatro independiente Morena
Cantero Jrs., vista el sábado 3 de octubre de 2015 en León, León, Centro
Cultural del Partido Obrero, Nicaragua 4432.
Doce años atrás presencié El manifiesto comunista, la obra de teatro del grupo Morena Cantero
Jrs. basada en el texto que los jóvenes Karl Marx y Friederich Engels habían
escrito en 1848 a pedido de la Liga de los Comunistas, primer partido obrero
que se planteó el gobierno de los trabajadores como condición necesaria para
terminar con la explotación en el mundo y alcanzar una sociedad sin clases. La Liga de los Comunistas había mandatado a
estos dos científicos militantes, miembros de su organización, porque precisaba
un texto donde se sintetizaran de modo tal que pudiesen ser leídas y
comprendidas rápidamente por los trabajadores, en medio de la revolución
europea de 1848, el diagnóstico y la solución que los comunistas ofrecían como
guía de acción.
Vivíamos todavía emborrachados por haber participado de las
jornadas más heroicas de la sublevación de la clase obrera ocupada y desocupada
y las capas medias de la sociedad argentina contra un régimen social
exasperante. El argentinazo nos había sacudido en plena juventud y, como diría
Pablo Rieznik en referencia al 68 y el 69 en Argentina, “Buenos Aires era una
fiesta”. Venían turistas europeos a participar de las charlas de la UJS y el
Partido Obrero en las facultades para ser testigos de la revolución
latinoamericana, nuestras noches se gastaban viendo cientos de documentales y
escuchando miles de artistas populares en los acampes y piquetes que duraban
semanas. Estallaba el documentalismo revolucionario por todos lados, se
renovaban el folklore, el rock y el tango para los oídos del pueblo sublevado,
la juventud maravillosa que derrocó 6 presidentes en 6 meses (¿por qué dejar
afuera a Duhalde, ¿no?) explotaba de creatividad y rompía también todos los
moldes establecidos por el orden social en su propio campo.
En ese clima maravilloso vi la obra de Morena en un
escenario “intervenido” en medio de una enorme fábrica de grissines,
Grissinópoli, en la calle Charlone del Barrio de Chacarita, ocupada y puesta a
producir por sus trabajadoras y trabajadores ante el vaciamiento y la quiebra
inducidos por la patronal.
En esa época militaba en una organización un tanto delirante
pero tuve el privilegio de entrevistar a Iván Moschner, uno de los mejores actores
y directores del teatro en Argentina y Sudamérica. Él me explicó que los
actores y actrices que fundaron Morena Cantero en 1995, en pleno auge menemista
y frente a la cultura reaccionaria y antimarxista de la época decidieron montar
El Manifiesto para luchar a la contra,
para sostener y enarbolar las ideas revolucionarias en medio del momento más
hostil.
¿Usted puede notar el enorme valor político de un grupo de
teatristas que razona de esta forma, discutiendo las necesidades de la lucha de
clases para escoger su repertorio?
Lo más impactante de Morena Cantero era su decisión de
dirigir su producción estética para hacer un aporte en el desarrollo de una
conciencia revolucionaria entre las cabezas de la clase social llamada a
conquistar el mundo y terminar con la opresión y la explotación. Sin chamuyo y
sin recetas simples o burdas.
Hoy los fui a ver de nuevo. La obra mutó y ahora se llama El fantasma que recorre el mundo y se
presenta todos los sábados de primavera a las 20hs. en el Centro Cultural que
el Partido Obrero tiene en Nicaragua casi Scalabrini Ortíz.
En medio de la quinta o sexta campaña electoral del año,
viniendo de un enorme asado obrero y lanzando el plebiscito por el proyecto de
las 6 horas en el Hospital Tornú no tuve tiempo de prepararme para lo que iba a
ver. Si nadie se ofende hasta podría confesar que iba resuelto a cumplir con un
trámite, con un compromiso rutinario conmigo mismo, ya que sospechaba que iba a
aburrirme viendo una obra que ya había visto, como quien vuelve a desempolvar
una vieja relación claudicando ante el aburrimiento de su frustrada vida sexual.
Pero no, me partieron la cabeza. No se puede expresar de
mejor forma. Me sacudieron emocional y racionalmente, me perdieron, me
desorientaron y lograron que descubriera cientos de pliegues y matices nuevos
que no había visto antes. Pero incluso aquellos guiños tan particulares de la
obra que son imborrables -como la personificación y las intervenciones de la
Burguesía y la Nobleza, o el “desnudo chiste” sobre el teatro-, me parecieron
nuevos.
Una obra brechtiana
Empecemos por el principio, aunque estemos en medio de la
nota. Morena cumple en esta obra con aceptar un desafío: ¿qué arte
revolucionario debe hacer un artista revolucionario? ¿se puede hacer arte
revolucionario “bajando línea” o se debe evitar “el panfleto” como la peste?
La respuesta es clara: la obra no está “inspirada”
en el texto clásico de Marx y Engels, el guión de toda ella es el texto de Marx y Engels, los
diálogos de los personajes son citas exactas del libro, la estructura de la
obra entera respeta la estructura del texto original y lo que es todavía mejor,
respeta la intención original del texto: explicar a los obreros por qué viven
como viven, cuál es el origen de su sufrimiento cotidiano y cuál es la salida a
él.
Parece una chaucha, pero ser capaces de re-elaborar un texto
como el del Manifiesto Comunista en una obra de teatro pero de manera tal que
se transforme en un guión dramático, con cambios de ritmo y todo lo necesario
para entretenerse durante una hora… no es moco de pavo. A pesar de conocer a
Morena Cantero Jrs. y haber presenciado genialidades como El Eternauta y Las estirpes (esta última una increíble adaptación
de Cien Años de Soledad de Gabriel
García Márquez) no deja de sorprender la capacidad creativa de este grupo de
teatristas para destrozar y rearmar textos que uno creía imposibles de
representar e interpretar.
La obra tiene dos actos y un intermezzo, en la primera parte
se presentan los personajes que son arquetipos de las clases sociales en pugna
en nuestra sociedad: la Nobleza (que por la vía de las viejas monarquías que
aún hoy subsisten y el propio papado lamentablemente no han perdido todo su
poder) excelentemente personificada por Dominica Medina, que le da el tono
exacto de senilidad y decrepitud tanto en el manejo del rostro y el cuerpo como
en la modulación de la voz; una Burguesía briosa y pedante, genialmente
interpretada por Rubén Demichelis que forma un contrapunto exacto con su
partenaire noble; las diferentes posibilidades de la clase obrera: el
trabajador con ínfulas de pequeño burgués que personifica Jon Lucas sacando un
cocinero gallego real (y lo dice un hijo de uno de ellos), la trabajadora
docente, atrapada en la angustia de haberse formado como sacerdotisa del saber
y la cultura pero enfrentada a la más miserable explotación de clase que
representa una actriz de enorme capacidad plástica como Melania Buero, el joven
obrero alienado y en permanente crisis con su propia identidad de Sergio
Escalas, que todavía no puedo entender cómo hace para sobrevivir a 50 minutos
de forzar cuerpo, voz y sentimientos de esa manera, la verdadera “Susanita” que
sin embargo avanza a paso firme en su toma de conciencia que hace exactamente
como debe ser María Belén López Orozco, con sensualidad, inocencia, candidez y
dulzura que demuestran un serio trabajo de lectura de un personaje cotidiano no
tan fácil de recrear como uno podría pensar y el obrero consciente del enorme
Ariel Aguirre, quien literalmente se come toda la cancha, desde el principio hasta el final.
El director, Iván Moschner, ha diseñado un montaje genial,
donde en ningún momento se puede saber a ciencia cierta el contexto exacto en
que se desarrolla la obra. Empezando porque la introducción al conflicto es un
debate entre la Burguesía y la Nobleza con palabras de Marx que uno reconoce
claramente, asustados ambos por el crecimiento notable del comunismo. Luego
nadie sabe bien si estamos presenciando un debate en un restorán, en una
fábrica o en salón de clases, por más que intervengan cocineros, docentes y
alumnos anque un obrero de casco y overol.
La obra ha decidido descolocar a su público, no permitirle
un respiro de cotidianeidad, una amarra que permita descansar al cerebro en el
refugio conservador del lugar común. Desde el vamos el cerebro adormecido por
la cotidianeidad siente la tensión permanente de buscar referencias comunes,
puertos calmos desde donde ubicarse a “entender lo que pasa y lo que ocurre”.
En ese maremágnum contextual, los personajes tampoco permiten una
identificación compasiva, aunque sea inevitable el desprecio desde el primer
momento por las clases opresoras, el discurso envalentonado y viril desprecio
de la burguesía por la Nobleza es, para el observador inocente, desconcertante.
Pero además en ningún momento las caracterizaciones de los actores permiten la
complicidad con las supuestas víctimas, te choca el cocinero tanto como te
parece genial sus irrupciones de rebeldía frente al patrón, odiás a la maestra
como si se tratase de la personificación de la docencia autoritaria de la
Sociedad de los Poetas Muertos o The Wall aunque no parás de sentir la angustia
de esa escena final, desgarradora y sublimemente poética del cierre del primer
acto; bailás desconcertado con los cambios de humor del joven alienado que
busca su verdadera identidad, que ha descubierto que el mundo que le venden es
falso y absurdo pero que no temina de encontrarse en otro mundo superador y,
finalmente, el obrero consciente es tan abstracto que no sabés si cagarte de
risa porque reconocés en él al típico militante marciano o aplaudirlo con la
forma tierna y comprensiva que tiene para tratar a sus compañeros de clase.
Sépalo, es a propósito. Es el viejo método de Bertolt Brecht
que planteaba romper con la catarsis tradicional del teatro clásico, que trataba de desestructurar al lector/público para que no logre identificarse con
una situación o personaje buscando de esta manera “extrañarlo” y obligarlo a
tener prendido el razonamiento todo el tiempo, sacando conclusiones y
borrándolas permanentemente para que no cayera en el “encantamiento” y
conformidad de la catarsis griega.
Pero este recurso, que obviamente nos
maravilló en 2003 ahora está perfeccionado al paroxismo. La forma en que los
actores y actrices rompen en mil pedazos el escenario, en una danza circense en
los momentos en que el debate y los obreros cobran fuerza, expresando en ello
la vitalidad y confusión de una clase que se mueve en la lucha por aprender y
transformar su realidad; los cortes de clima perfectos logrados por las luces y
el recurso del llamado telefónico, los movimientos pesados y deplorables de la
Nobleza y el Burgués, todo en una caótica armonía que se inventó para que su
inteligencia no pueda dejar de ser desafiada.
El poder obrero
Después de tal revolución emotiva ante el descubrimiento de los principios esenciales del movimiento de la sociedad capitalista, después entonces de desnudar por primera vez ante sus propios protagonistas la oscura forma que esconde esta sociedad debajo de la superficie mentirosa e hipócrita, contra todo presentimiento obvio, no gana la posición revolucionaria, todo lo contrario, vence la más enorme de las angustias, la muerte autoinfligida de quien ve desnudada su cruel existencia y no es capaz de tener las armas para sobreponerse y rearmarse.
No importa que los creadores de esta obra sean militantes
revolucionarios que ya peinan tres décadas y que han dado gran parte de su vida
en la lucha contra el Estado, eso no les ha quitado ni un ápice de sensibilidad
para saber que la vida es eso que uno observa y no eso que uno desea. Uno de
los tantos aportes políticos de esta obra actúa sobre el cerebro de los
militantes, de quienes tenemos la obsesión de “ganar” compañeros y compañeras
para la lucha. Y Morena Cantero Jrs. nos enseña de frente manteca y corta la
bocha que la realidad no es mecánica y de manual, nos enseña a no idealizar a
los trabajadores ni a nuestra actividad. Si la obra terminase en el primer acto, el esfuerzo del obrero consciente habría sido derrotado.
La simple exposición de la verdad no va a generar en el otro
una epifanía maravillosa que lo va a llevar al convencimiento y la militancia,
la mayor parte de las veces genera una crisis vital, real y lógica, más lógica
que la esperanza del joven militante.
Para cortar el sabor amargo y volver a desestructurarnos, en
esta versión Morena agrega un intermezzo genial, irreproducible, sobre la función
del arte y de la religión en nuestra vida. Son cinco minutos tan bien logrados,
tan sutilmente críticos y ácidos que bien valen ellos solos el precio de la
entrada. Pero dejaremos que esa parte la vean sin ningún tipo de anticipo.
Vamos entrando a redondear, que la noche se hace pesada y la
lectura también. El último acto es, para qué vamos a andar con rodeos, una
asamblea. Si usted creyó por un momento que el torbellino del primer acto era
lo máximo que podía sacarle Morena a Brecht agárrese fuerte de la silla porque
en el segundo acto la trompada que este grupo de actores le va a meter en el
mentón lo va a voltear literalmente de la butaca. Los grossos estos rompen el
escenario en mil pedazos, logran integrar al público al debate final de una
manera física, directa, imposible de eludir, pero sin llegar a la grasada de
tirarle agua o agarrarlo para que hable en el escenario.
Acá sí el Obrero Consciente se luce, encarando el toro por
las astas, de todo el repertorio político que le van a dejar los 20 minutos que
quedan (tiro 20 por decir algo porque sinceramente no tengo idea de cuánto
tiempo pasé ahí dentro) eligen poner a debate temas tan ríspidos como la
abolición de la propiedad privada, la familia, la religión y la función del
arte en la lucha de clases. Los personajes han evolucionado al calor de la toma
de consciencia del primer acto, la burguesía adopta movimientos y expresiones
claramente reaccionarios y seniles y en lugar de atacar y desmarcarse de la
nobleza se embloca con ella en el ataque al proletariado, no sólo en una forma
bestial, dictatorial, sino también en una forma más sutil y dañina que radica
en ganarse para sí a los obreros más atrasados o con mayor cantidad de dudas.
El Obrero Consciente, a pesar de dirigir la asamblea no teme la aparición de
las contradicciones en las opiniones de sus camaradas, las respeta y las
enfrenta con tacto y firmeza hasta el punto en que, midiendo los tiempos y la
evolución del debate adopta él mismo la posición de dictador cuando se trata de
emblocar a los trabajadores decididos en una lucha de frente único contra la
clase opresora, desmaleza el camino lo necesario para dejar al Burgués desnudo,
aislado y le aplica todo el rigor del poder de clase, lo expulsa del conflicto,
le muestra las garras, lo corta en seco, suprime todo su derecho a existir, o
sea, a decir lo que piensa.
Y la obra termina en un estallido de alegría
revolucionaria, del canto más bello que esta clase social tan sufrida ha sabido
parir en la cabeza de Enrique Pottier, el noble y aguerrido canto de La
Internacional.
Cuando los obreros actúen como poetas
Le pido disculpas desde ya a estos enormes artistas por no poder brindarles nada mejor que lo que aquí he vomitado. Para ser sincero en estos doce años no he podido madurar al mismo ritmo que ellos, ni en mi formación como crítico, ni en mis conocimientos sobre lo que estoy criticando ni he podido ganarme la posibilidad de publicar estas brutas nociones en un medio con mayor alcance que el feisbuk.
En 2003 cerraba la nota dando a entender que Morena Cantero
tenía varios límites –sobre todo políticos- que superar en el desafío de
realizar de mejor forma sus propósitos. Claramente en esta presentación Morena
ha demostrado su capacidad para madurar estética y políticamente. Desde lo
técnico estoy seguro que no habrá un solo especialista en teatro que pueda
decir que El fantasma no es una muestra
de excelente calidad estético-formal. Se nota un profundo y riguroso trabajo
corporal y de voces en los actores y actrices, una evolución en el vestuario
que no se puede explicar solamente en haberse ganado mejores recursos
materiales para el montaje sino que se evidencia algo que ya se adivinaba hace
tantos años: la preocupación porque el vestuario y la utilería encajen
exactamente en el tono político y los tiempos de la obra.
Con dos o tres luces
han logrado generar los cambios de clima exactos y presentar al espectador
imágenes tan bellas, tan poéticas como el final del primer acto. Se pueden
apreciar con nitidez los cambios de rasgos en los actores y actrices, los
volúmenes de sus cuerpos y la expresión de las danzas pero también hacen jugar
un rol político y emotivo sublime la bossa nova del comienzo, la enorme voz de
la Piaf de entre actos y la coral a capella del final.
Moschner y los suyos no han dejado detalle sin pulir para
que cualquiera salga de allí con la impresión de que ha sido tratado a la
altura del mejor teatro posible en este mundo y con estas condiciones de
producción. Si usted tuviese diez páginas más de paciencia y le contara lo poco
que sé de los métodos de trabajo de este grupo de artistas, las enormes
dificultades materiales que tienen para llevar adelante su arte siendo tan
proletarios como lo pueden ser en el contexto de una sociedad tercerizada y
flexibilizada como la nuestra, seguramente no podría creer que esta gente
concreta sea capaz de tal nivel de profesionalismo.
El esfuerzo de Morena Cantero Jrs. por pulir cada detalle de
su actuación es, sin tanta vuelta, un enorme acto de generosidad y respeto para
con su público.
Y se lo agradecemos.
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