[reseña inédita perteneciente a la SERIE SERIGRAFÍAS PORTEÑAS]
Fuimos a ver la presentación de Inti Illimani y
Quillapayún el 22 de mayo en el Teatro Ópera de Buenos Aires. Las dos
formaciones llevan un tiempo actuando juntas. Son, sin lugar a dudas, los
mejores representantes de la cultura de izquierda de los años 60 y 70 del siglo
pasado. Verlos es acceder a 50 años de historia.
Músicos formidables, representan a una generación de
folckloristas ligados al Partido Comunista que se dieron la tarea de bucear en
las raíces de la música popular del campesinado aborígen y los descendientes de
esclavos en todo América Latina para transformar su contenido y su forma
manteniendo lo esencial del lenguaje. Lilia Vera y Cecilia Todd en Venezuela,
Silvio Rodríguez y Pablo Milanés en Cuba, Víctor Jara y Violeta Parra en Chile,
Yupanki, Sosa y Guarany en Argentina, cada país tuvo su renovador y estos
músicos chilenos son de los últimos sobrevivientes de esa generación y ese
programa político-musical.
En contra de la tendencia de los últimos 30 años, los
Inti-Quilla mantienen una marca de su generación, con una ductilidad increíble
para tocar todos los registros, ritmos y géneros de la música popular
latinoamericana, haciendo realidad una verdadera comprensión internacionalista
de la cultura popular. Tradición que los folkloristas más conocidos parecen
haber abandonado, volviendo a los años 50, cuando se regionalizaban los grupos
y quienes tocaban zambas y chacareras no se anotaban un chamamé siquiera, no
hablemos de un Polo Caraqueño.
Un espectáculo de alto nivel técnico, aún a pesar de las
improvisaciones del sonido contra las que los músicos lucharon toda la noche.
Músicos técnicamente invencibles, capaces de pulsar las emociones del público
más neófito, cosa que demostraron sobre todo en la decena de piezas
instrumentales que practicaron.
Todo esto es justificación de sobra para haber vivido esta
experiencia en el Ópera. Sin embargo, y con toda modestia y respeto, no pudimos
evitar una profunda sensación de estar presenciando una misa nostálgica de la
izquierda nacionalista de los 70. El
público tenía un promedio de edad muy elevado, las filas más cercanas al
escenario, arriba de los 400 pesos, estaban ocupadas por personas de 60 años y
la juventud de 30 o veintipico aparecía recién en las altas filas del Pullman
alrededor de los 150 pesos. La juventud que protagoniza el crecimiento de la izquierda
de los últimos cuatro años no estaba en el Ópera. Los pocos jóvenes presentes,
a pesar de utilizar gestos que los identifican con la izquierda setentista,
foquista o peronista, no participaron del recital con el mismo entusiasmo y
apasionamiento de las personas mayores de 50 en la sala.
La forma en que el público recibió la segunda parte del
espectáculo, protagonizada por los Quillapayún con su repertorio clásico de
canciones de protesta, demostraba que se había ido al Ópera a celebrar los 60 y
los 70. Siendo amables, uno podría pensar que la introducción de ciertos temas
mostraba un intento de parte de los músicos de no quedarse en una rememoración
nostálgica, pero sea porque uno está equivocado en la apreciación o porque el
público impuso su interés, el espectáculo no logró salir de allí.
La nostalgia por un pasado ideal es, se sabe, un sentimiento
desmoralizador. El pasado no puede recrearse y por lo tanto, intentar vivir en él, impide
el desarrollo de la energía vital necesaria para encarar el presente. Encima tratándose
de dos grupos musicales que estuvieron ligados a la derrota más descomunal
sufrida por esa izquierda en los 70, seguida de una de las contrarrevoluciones
más sanguinarias y duraderas del continente, el lamento doloroso y sufrido es
todavía más fuerte. Quillapayún contribuye con sus ponchos negros y la actitud
corporal de los músicos estáticos y con la cabeza agachada en los momentos que
no les toca intervenir. El tono solemne y sagrado dado en ciertos temas donde
se recuerda a los caídos era hasta monacal. La selección de temas, y sobre todo
el cierre a capella, enfatizaron ese tono.
Es que toda música tiene su programa. Quilla e Inti
volvieron a reivindicar su programa de hace 50 años. Y si durante los 80 y los
90 mantuvo el sentido de servir de faro y resistencia frente al avance pasmoso
del neoliberalismo y entre el caracazo y el argentinazo sirvió como estandarte
para el “retorno” del setentismo vía Chávez, Mugica, Evo y el kirchnerismo,
hoy, con los nacionalistas mostrando su veradero rostro liberal en toda la
región y con signos de pudrición tan evidentes como el chavismo bajo Maduro,
este programa sólo puede dedicarse a cocinarse en su propio réquiem.
Para deternernos en un detalle, podríamos criticar que más de 200 años después el
proletariado revolucionario necesite cantar himnos a los próceres de la
revolución burguesa, reformistas como Simón Bolívar o progresistas como
Artigas, pero para no ser tan obvios queremos detenernos en el problema
cristiano.
Ya sea porque la generación de músicos de la pequeña burguesía de
nuestros países estaba ligada al cristianismo tercermundista o porque entendían
que la mayoría de las masas (sobre todo el campesinado) estaba fuertemente
programada por la Iglesia, consideramos un acierto la gran cantidad de
canciones que tomaban el lenguaje cristiano para cuestionar a la jerarquía
eclesiástica o incluso para intentar unir el mensaje igualitario del
cristianismo con los programas revolucionarios del momento. Pero pretender que
las mismas canciones produzcan los mismos resultados cuando el cristianismo
tradicional ha prácticamente desaparecido de las conciencias y prácticas
cotidianas de las masas jóvenes en nuestros países (ni qué decir de la
importancia relativa que ha perdido el campesinado frente al proletariado
urbano) es sinceramente anacrónico.
Los propios músicos se encararon de fijar esta hipótesis de
lectura que aquí hacemos como válida. En el programa que distribuían los
acomodadores se leía como título del espectáculo: “Canto homenaje a los
símbolos de la libertad chilena: Salvador Allende, Pablo Neruda y Víctor Jara”.
Hace 30 años este programa podía ser entendido, pero después del
despertar del pueblo chileno en su lucha por una educación gratuita en los últimos años, se debería
archivar la nostalgia por el Frente Popular del 73 que, entre otras cosas gracias a la estrecha
perspectiva del PS de Allende y el estalinismo de Neruda, generaron las propias
condiciones políticas para su derrota…
La nostalgia puede transformar ese viaje necesario hacia las
raíces, hacia los precursores, en una trampa que impida volver la conciencia
hacia la sensibilidad de los que nos acompañan hoy y ahora en esta lucha por
transformar el presente.
Para las nuevas generaciones de luchadores de izquierda
encararse con el pasado no es tarea fácil. En el peor de los casos cabe
celebrar que la juventud de izquierda no haya participado de esta misa de
réquiem. Se necesita mucha conciencia política, cultural y bastante madurez
personal para presenciar algo así y rescatar lo bueno evitando ser consumido
por tanto sufrimiento paralizante.
Sin embargo, quienes quieran encarar esta lucha por el
socialismo en nuestro presente y futuro inmediato, como músicos, desarrollando
un cancionero que despierte sentimientos de simpatía por el socialismo y
desarrolle una conciencia entre las masas luchadoras de hoy, no debería dejar
de formarse con quienes fueron unos de los mejores exponentes de ese mismo
intento en los 60.
Calle 13, que probablemente sea el grupo musical de masas
que más hizo por desplegar un programa de izquierda entre sus seguidores en los
últimos 20 años, encara esa tarea de la mejor forma, tocando Latinoamérica con
los Inti Illimani, reivindicando a Mercedes Sosa y grabando con Silvio
Rodríguez. Eso que Engels, Lenin y Marx llamaban la superación dialéctica del
pasado: nutriéndose, asimilando lo mejor de los músicos sesentistas pero con la
sensibilidad bien puesta en las sensaciones de las masas jóvenes que son futuro
hoy mismo. Y no se limita a un problema estético o formal, también es necesario
distinguir y superar el programa nacionalista y conciliador del estalinismo,
presente en la música de izquierda de aquella época.
Esperemos que los y las folkloristas jóvenes que
militan en las filas del Frente de Izquierda, y sigan ese camino, puedan
desatarse de la nostalgia sufriente de la izquierda muerta para ayudar a parir
esta izquierda triunfante, socialista, con una sonrisa en la cara y un aire
latinoamericano en los silbidos y las gargantas.
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