Una lectura de Por mano propia, poesía de Melina Alexia Varnavoglou, editado por Caleta Olivia en Buenos Aires, mayo de 2019.
La vejez tiene cosas de maldición. A medida que los hechos
más lindos de tu juventud van quedando más lejos y la playa se va haciendo una
difusa línea de horizonte, odiosos prejuicios del gerontocentrismo que supiste putiar te van
pareciendo... lógicos. Si además lo mejor de tu juventud fue luchar contra el
Estado en el asfalto, haciendo de cada escuela o ministerio una trinchera a
ocupar y defender, aprendiendo la hermosa filosofía de la organización
colectiva, estratégica y táctica, de la gran familia de desposeídes que formamos
en las filas del proletariado, la nostalgia de los sueños juveniles se te va haciendo
espesa y amarga en la garganta.
Vemos pasar los granos de arena y les humildes y esclaves de
la Tierra no acertamos a hacernos del poder político y social suficiente para
desplazar una minoría de parásitos y proxenetas de la plusvalía y el medio
ambiente colectivos y gobernar nosotres. Se siente avanzar la presión del
desconsuelo y la desmoralización. Y moral de combate es lo único que tenemos
realmente. Nuestros sueños fueron siempre nuestras metas, nuestro programa. Sin
ellos, o con ellos oxidándose en el pasado, como las Libertadores de
Independiente y Rácing, no tenemos nada que tirarle a la Gendarmería asesina.
Entonces pasan aquéllas cosas que te dan aire de nuevo. No sé
nada de poesía, así que escribo desde otro lado, como une vieje militante
trotsque sin partido, aislade en líneas enemigas, casi derrotade. El reciente
libro editado en mayo de este año por Caleta Oivia, Por mano propia de Melina Alexia Varnavoglou (nacida en Villa
Ballester hace 27 años) nos pareció un golpe de ilusión en el pecho.
La autora
de “La recolección” es capaz de representar la alegría sufrida de la lucha
obrera política y callejera en una tarde de amor en una marcha. Y lo hace con
conocimiento de causa y sin caer en los límites del romanticismo decimonónico
que alientan los sentimientos revolucionarios desde la épica, los que más nos
han gustado siempre, o bien desde el golpe bajo del naturalismo del mismo
siglo. Esa mezcla, de la cual el realismo socialista decretado por la URSS para
todes les comunistas del mundo fue simplemente la última versión decadente, nos
alimentó sueños y programas durante décadas incluso después de la caída del
muro.
Más de medio sigo vino pasando de los hechos que marcaron a
la última generación de artistas obreres revolucionaries, la revolución cubana
del 59 o la caída del Che en combate en 1967. Alexia no comete el error perdonable
de volver a las viejas herramientas que movieron palancas íntimas de millones
de combatientes proletaries para expresar y conmovernos ahora. Lo hace con sus propias armas.
Todo su libro es un árbol cuidado donde el dolor individual
ocupa un lugar central. En cada poema he sentido un clima de dolor agudo que no
termina nunca de estallar. El estallido se presiente como grito trágico y
desgarrador. Pero esto no ocurre. La protagonista que escribe sobre sus
desamores, los paisajes cotidianos donde habita su soledad, su desconsuelo,
parece hacerlo sanando. Porque si el arte libera sabemos que entre otras cosas
es porque permite sanar primero a la artista que lo ha creado. Sin embargo el libro de Alexia no redunda
en la catarsis. Alexia no ha publicado un conjunto de vómitos descarnados para
desnudar su dolor frente a nosotres. Que también hubiese sido muy válido y
siempre es necesario. Estos textos han sido curados en su doble acepción. Se
nota una corrección cuidada que sirve para permitir el proceso de
cicatrización.
Su verso es tranquilo incluso cuando grita, cuando denuncia
y cuando se venga de sus verdugos. Lejos de restarle sensibilidad, la autora es
capaz de ver la denuncia del amor maldito de nuestra sociedad, porque nos
impone dos géneros y dos cuatro orientaciones sexuales máximas y el lucro a la
hora de interesar el amor, en la observación de su gata; y una posible salida en
la nimiedad fundante de la sororidad en acariciar las distintas variantes de
cabello de sus amigas.
Pero además de refrescar la esperanza incluso en almas
vacías y cansadas de largas batallas, de hacerlo incluso con la valentía de
indagarse íntimamente y exponerse, resolviendo con facilidad no acostumbrada la
curiosa dialéctica sentir individual-lucha colectiva, Alexia logra asombrarnos.
Nos ha donado en esta breve y bella avecita de hojas mate de
su libro algo nunca visto, una novela negra en diez estrofas de pura poesía.
Una mujer acomete la venganza definitiva, el último acto que elimina la amenaza
y la revictimización, saliendo de un bar en cámara lenta de una noche común y
corriente de Buenos Aires, al costado de un tacho de basura. Mantiene el
suspenso cinematográfico mientras narra lo suficiente para justificar la
motivación de la protagonista y el vigor de la trama. Y sin ninguna falsa
modestia la autora celebra su mejor ocurrencia poniéndola en el título de la
compilación, Por mano propia.
Luego de este fabuloso clímax, a la vez poético, íntimo y
político, todavía nos hace dos regalos más fascinantes e inesperados. Como
buena luchadora feminista saca del olvido de la historiografía machista a una
mujer que fuera clave en el descubrimiento científico de la teoría de la
evolución natural de las especies, la holandesa María Sybila Merian, que
terminó dibujando variedades de especies desconocidas para Darwin, y claves en
su tesis final, en las desconocidas para nosotres tierras vírgenes de la
sudamericana Suriname allá por el siglo 19 después de divorciarse de manera
harto singular que denuncia la ausencia de derechos de las mujeres incluso de
la mejor capa social europea: declarándose legalmente viuda y yéndose a vivir a
las colonias. Utiliza el mismo tono que usaba Bertolt Brecht en sus poemas y
dramas épicos para reivindicar a Sybila y en otro encomiable poema al astrónomo
revolucionario Giordano Bruno.
Esto es audacia intelectual y valentía política.
Tiene la virtud de lustrar y recargar las viejas armas con una nueva voz limpia
y clara. Al final de su libro, como si hubiese sido planificado así, no lo sabemos, nuestra poeta tiene la entereza, la templanza de carácter de señalar un
camino para llegar al futuro mirando el pasado. En este último movimiento nos viene a decir al mismo tiempo
que su vitalidad reside no en un estallido espontáneo de rebeldía sino en la
indagación dedicada en la tradición de su clase, su estirpe, su especie, su
género para arrancarnos de la contemplación melancólica y pasiva de nuestras
heroicas derrotas y olvidadas victorias pequeñas.
Una poeta joven capaz de lamerse las heridas a la vista del
mundo, con dolor y sutileza, con madurez, de remontarse en el sufrimiento para
luchar en las calles y planificar la venganza contra sus opresores y
abusadores, también se permite el tono épico para reivindicar personas de carne
y hueso que valen su calidad de ídolos porque unieron su capacidad para
comprender el funcionamiento de la realidad, es decir, militantes de la verdad,
con una feroz ética personal. Una poeta que denuncia el origen del dolor, el
suyo y el de miles de millones como ella, actúa con sus propias manos para
enfrentarle y defiende la ciencia con las armas de la poesía.
Incluso se anima a publicar versos donde ataca con desparpajo
y soberbia de quien recién se inicia la hipocresía y banalidad del arte oficial
y sus lacayos. O sea que incluso se permite escupir en el chiquero del mercado
del arte en el que acaba de llegar a dar batalla.
Más allá de cualquier debate teórico y filosófico una cosa
es segura, la revolución obrera y socialista capaz de herir de muerte a la
sociedad de clases, la explotación humana y ambiental y organizar una vida
fraterna sin restricciones biologicistas para la afectividad, es decir, de
terminar con el Estado, sólo será posible mañana si quienes sufrimos hoy bajo
su yugo, estamos dispuestes a luchar para derrocarle, si somos capaces de
encarnar nuestros sueños. Si las jóvenes generaciones no están dispuestas a esa
batalla ahora, el esfuerzo de las viejas por dejarles banderas limpias y claras
habrá sido inútil. Esa es la única derrota posible.
Si este libro de Melina Alexia Varnavoglou ha venido a
demostrar que esa juventud existe y está dispuesta a rearmarse de sus heridas
producto de la vida miserable que nos obligan a vivir y luchar con tanta
calidad en su capacidad creativa, el futuro será nuestro. Porque cualquiera
puede aprender con sólo haber reflexionado un poco sobre la vida, que la
respuesta al enigma del pasado y el futuro, no está en los lugares
acostumbrados de donde venimos ni los desconocidos hacia donde marchamos, sino
en este, aquí y ahora.
Como ella tan bien lo ha dicho:
En esta
calle vacía previa a la manifestación
mujeres,
hombres se acercan
tejen
numerosamente la fuerza
alzan
la voz y los puños
vienen
de trabajos, rutinas que odian
vienen
en suma de otros lugares
y en este
luchan por cambiarlos todos
modificar
el orden al que se acostumbraron.
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